Caminé
por el corredor del vestíbulo tan lentamente que en cada paso sentí que dejaba
una parte de mí, las paredes tenían un estampado tétrico, y lo poco que se veía
del diseño original las hacía parecer mucho peor; escuché los campanazos de la iglesia y al unisonó
empezaron a sonar los relojes de la casa, se me erizaron los pelos; eran
antiguos y estaban llenos de polvo y hollín. Al parecer hubo un pequeño
incendio en la sala de estar; se dice en el vecindario, que el Sr. Barkeley murió quemado mientras dormía en su reposera,
lo que nunca se confirmó fue si era cierto lo que decían de su esposa, la Sra.
Mary Hüell. Algunos creían que ella lo había intentado envenenar en varias
ocasiones, y al parecer ese día había salido de su casa, aunque nadie pudo
comprobarlo. Había un muchacho tonto, llamado Raily, que hacía de mandadero
para la señora, y cada tanto se le veía merodeando en el patio trasero de la
casa, el Sr. Barkeley lo detestaba, decía que era un desperdicio de ser humano
y desconfiaba de la fidelidad de su esposa en cuanto al chico, muy a menudo le
golpeaba hasta el cansancio dejándolo tirado en el barro al lado de la fuente; tenían
un patio inmenso, que en su apogeo debería haber sido hermoso, con todo tipo de
flores y arboles; ahora solo quedaba un vestigio de esas épocas, épocas en las
que el sol brillaba en la casa Barkeley.
Cuanto
más me adentraba en la casa, más oscuro se ponía todo, se podían ver todo tipo
de cuadros, desde lo hermoso a lo funesto y horrible, como gente muriendo
desangrada por empalamiento o miembros amputados, podía sentir mis propios latidos, y como iban
acelerándose cada vez más, ¿Qué tenía este lugar que no me dejaba irme aunque
estuviera temblando? Era como si fuese atraído; como un sonámbulo dando vueltas
en la noche, seguía caminando y no podía detenerme, pero ¿quién iba a despertarme?
Era la casa y yo, yo y la casa, no me importaba otra cosa, solo quería
continuar el camino que nadie se aventuró a terminar. Había un silencio
insoportable, que solo hacía crecer el temor, agonizando, como si estuviera
expectante de mí, y me guiara lentamente, cada vez que se rompía, era con un
crujido de madera, de los pisos secos por el descuido del tiempo.
Eiji Mnemonic